El Pan de la Palabra. DOMINGO III DE PASCUA



PARROQUIA Nª Sª DE LA SALUD - SEVILLA - DOMINGO III DE PASCUA, C – 5 DE MAYO 2019
(Tomada de PARROQUIA DE SAN PÍO X)

ORACIÓN PARA DISPONER EL CORAZÓN:

Ven Espíritu Santo, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en tus dones esplendido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma. Divina luz, enriquécenos, que, por tu amor y tu gracia vivamos resucitados. Amén.

HABLEMOS DEL FUTURO…

¿Quién se atreve a prever el futuro? Y sin embargo, no faltan las preocupaciones y las preguntas: ¿Qué va a ser de mí mismo, de mi familia, de mis proyectos, de mis aspiraciones? ¿Qué va a ser de mis hijos, de mi barrio, de la humanidad entera? ¿En qué van a terminar nuestras luchas, trabajos y esfuerzos?... ¿Qué tiene que decir la fe cristiana en todo esto?

Hoy, cada vez son más los que, teniendo las esperanzas cristianas como teorías infantiles, las rechazan, y pregonan que “hay que aceptar nuestra muerte individual con una sola esperanza: la sociedad sigue, progresa y se desarrolla”.

¿Es esa toda la esperanza que podemos tener? ¿Se resuelve así el problema de nuestro futuro? Si esto fuera así: ¿Qué decir de los que han sufrido en el pasado y han muerto sin ver cumplidas sus esperanzas? Pero, además, ¿podemos tener seguridad de que la sociedad camina hacia un mundo más dichoso?

Los cristianos creemos que, cuando se pierde la esperanza en la salvación de Dios, el mundo no progresa en humanidad, sino que se deshumaniza, se vacía de sentido y solo queda un horizonte pequeño y cerrado. Nos atrevemos a creer que solo Cristo, en quien Dios nos ha abierto una esperanza definitiva de futuro, nos puede sacar de la desesperación, del vacío, del sinsentido y de la frustración final. Por eso, mientras nos afanamos, “en medio del mar y de las oscuridades de la noche” de la vida, tenemos nuestra mirada puesta en ese Resucitado que nos espera “en la orilla” para invitarnos a saciar nuestra hambre de felicidad: “Venid a comer”.


LA PALABRA DE DIOS: JUAN 21,1-14

“Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: Me voy a pescar. Ellos contestan: Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: No. Él les dice: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.

Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: Traed de los peces que acabáis de coger. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: Vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos”.

PARA COMPRENDER MEJOR EL TEXTO:

CONTEXTO: “Al amanecer”, justo cuando se está pasando de la noche al día, los discípulos pasan de una visión terrena de Jesús, basada en lo que pudieron percibir a través de los sentidos, a una experiencia interna que les permite descubrir en él lo que no se puede ver ni oír ni tocar.

EXPLICACIÓN: En el relato, todo es simbólico. Los discípulos están pescando, su tarea habitual. Están juntos, forman comunidad. La pesca es la imagen del resultado de la misión. Aquella noche no cogieron nada. La noche significa la ausencia de Jesús. Sin él, la labor misionera es infructuosa.

Jesús se hace presente con las primeras luces, es decir, Jesús es la luz que permite trabajar y dar fruto. Cuando siguen sus instrucciones, le encuentran a él mismo y encuen¬tran pesca. Les llama con un nombre tan familiar, “muchachos”, que ellos le reconocen, despertándoles el amor y amistad compartida. El primero en notar su presencia es Juan, “el discípulo que tanto quería”. Rápidamente, Pedro reacciona y se lanza al agua, después de “ceñirse”, es decir, de ponerse en actitud de servicio (es lo que hizo Jesús en la última cena). Todos percibieron el fuego y el pan, el signo de su vida entregada. Jesús es ahora el centro de aquella pequeña comunidad, que les encarga su propia misión: entregarse a los demás, para así manifestar su mismo amor.

CONCLUSIÓN: Todo cristiano y toda cristiana, por el hecho de serlo, asume la misma misión de aquellos primeros pescadores: evangelizar y dar testimonio. Es un testimonio capaz de llegar a la persecución y al martirio, por amor del nombre de Jesús. Cada uno y cada una debemos repensar nuestra implicación en la actual evangelización de nuestras Comunidades.

PARA DIALOGAR EN GRUPO O EN FAMILIA

Según el Libro de los Hechos, los primeros seguidores de Jesús, también chocaron con las autoridades, por defender la causa de los pobres.

¿Por qué será que hoy no se persiga a nuestras comunidades?

PARA REFLEXIONAR PERSONALMENTE

Según Pedro, “hay que anteponer a Dios a las leyes, las presiones, las costumbres, las tradiciones, los influjos y los intereses”:

¿Obedezco más a Dios que a los hombres?

PARA ORAR PERSONALMENTE Y/O EN FAMILIA

  • Recuerda que orar es vivir la cercanía de Jesús y disfrutar de su amistad. Por eso, prepara bien tu rato de oración… Haz un rato de silencio…
  • Lee de nuevo el texto, despacito, recreándote en cada frase… Haz como si tu estuvieras allí, a la orilla del mar de Tiberíades, mezclado entre pescadores y tratando de descubrir a Jesús… Siente como si Jesús hablara contigo, después de una noche de inútil trabajo: Echa la red… Ven, come… Disfruta con estas palabras de Jesús.
  • Sitúate ahora, rodeado de tu familia y de tus amigos/as, en medio de tu barrio, entre tus compañeros/as de trabajo… Es ahí donde el Señor te invita a anunciar el evangelio… Háblale de tus posibilidades y dificultades para anunciar el evangelio en tu pequeño mundo…
  • Dale las gracias a Jesús por este rato y por todo lo que te aporta. Puedes hacerlo con estas palabras:

Como a los apóstoles, Señor, me has llamado por mi nombre,
conoces mi historia mejor que yo mismo, me amas más y mejor que nadie.
Y cuentas conmigo, con mi pobreza. Gracias, Señor, por llamarme.

Como a los apóstoles, Señor, me has llamado para continuar tu misión:
me has dado tu fuerza, tu Espíritu, para cuidar de los débiles y levantar a los caídos,
para animar a los que ya no tienen esperanza. Gracias, Señor, por enviarme.


“VAMOS, COMED”

Una vez más hemos oído tu voz: ¡Vamos, comed!
Era una voz fuerte y libre; estábamos en nuestra casa
o paseando por la calle; escuchando la radio o
haciendo las camas; charlando con los hijos o leyendo
tu evangelio.
Hasta lo profundo nos ha llegado tu invitación:
¡Vamos, comed!

Y hemos acudido a comer contigo, Señor.
Nos has puesto la mesa:
en ella estaba tu palabra, como primer plato fuerte,
un hermano o una hermana te ha servido de portavoz,
pero has sido tú, la Palabra hecha carne,
quien se ha puesto en nuestra mesa;
“no sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”;
“tú tienes palabra de vida eterna”.

Gracias, Señor, por este plato tan singular de tu Palabra:
es luz en medio de la noche, verdad en medio de la duda,
es plato sustancioso que vigoriza la semana;
nos consuela, nos espabila, nos interpela, nos llama,
nos hace mirar la realidad, nos pone en pie…

Y el segundo plato fuerte eres tú, tu misma presencia;
es decir, tu vida resucitada, tu fuerza y tu aliento
puestos sobre la mesa, tu vigor entregado a favor
nuestro,
tu amor universal que perdona y acoge, tus entrañas
de verdadero hermano, y todo, en el pan y en el vino.
¡Vamos, comed!, nos has dicho.

“Gracias, Señor”, es la única palabra nuestra:
Quisiéramos repetirla durante todo el día,
vivimos ya agraciados, regalados por tu compañía,
por tu fuerza, por tu amor, por tu misma vida, por tu alegría…
Gracias, Señor, gracias.


DOMINGO 2 DE PASCUA 28 de Abril de 2019

Hechos 5, 27-32: “Hemos de obedecer a Dios ante que a los hombres”
Apocalipsis 5, 11-14: “Digno es el Cordero de recibir la gloria y la alabanza”
Juan 21, 1-14: “Vamos, comed… Sabían que era el Señor”








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